La profundidad de su
pensamiento no logra acallar la fuerza de su pintura. Porque su renuncia ética y
estética es un conjunto vacío. Pero muy a su pesar, porque su pintura está escrita con
mucho dolor, y hasta con sangre.
Ceballos nos traslada a un mundo
apasionante, en el que su voluntad prima sobre el intelecto. Frente al universo lapidario
y monolítico del intelectualismo aristotélico, Ceballos muestra el carácter poliédrico
de la existencia humana. Su pintura es el desgarrado grito que reclama la desaparición de
los universales, percibidos como auténticas losas en el camino de la libertad. Su pintura
es el chillido de horror ante las injusticias sociales y la cosificación de los seres
humanos tantas veces utilizados como instrumentos de los fines de los más
poderosos. Su pintura es, a la vez, una sugerencia y una profecía. Es una
sugerencia, porque propone un hombre mejor. Y es una profecía, porque cree que este
hombre es probable. Su superhombre es tan humano, tan demasiado humano..., que es
realmente posible. Se trata de un pesimismo animoso, porque reclama siempre el hombre que
el hombre puede llegar a ser.
Si algo puede definir la pintura de
Ceballos es su autenticidad. Los aspectos gestuales y espontáneos de su iconografía
proclaman el carácter personalísimo de su concepción estética. Su pintura podrá
gustar o no gustar. Pero, su pintura es definitivamente distinta. Es
absolutamente imposible encontrar siquiera un precedente en uno solo de sus cuadros.
Podrán encontrarse antecedentes, pero tan alejados, que son irreconducibles a su
plasmación concreta. Cada una de sus obras es un acto singularísimo. Independientemente
de que todas ellas presentan, como denominador común, tres rasgos transversales: la
fuerza del color, la voluntad expresiva y la energía de su pintura.
Tengo para mí que, a poco que se
profundice sobre la obra de un artista, siempre sale a relucir la psicología que destila
su biografía personal. Y, en mi opinión, la idiosincrasia de Ceballos se polariza,
esencialmente, en torno a dos elementos fundamentales que marcaron su vida: el Agua y el
Fuego. No puede ser casual que naciera y viviera en Barakaldo, junto al fuego de los Altos
Hornos de Vizcaya y al lado del agua de la ría de Bilbao. El Agua baste recordar
«La dársena de Portu» representa el instinto de extroversión, la fijación de la
mirada en la lejanía. El Fuego baste recordar «El lingote Bessemer»
representa la introspección, la mirada hacia el interior. De la conjunción de ambos
elementos, surge a borbotones la estética indisolublemente unida a una determinada
ética de Begoña Ceballos. El tiempo nos dirá si la artista Ceballos
inseparable de la persona ha sido capaz de atravesar la síntesis de los dos
elementos, aparentemente antitéticos, de su humus pictórico.
El Arte, paralelamente a lo que decía
Camilo José Cela de la Literatura, es un instrumento formidable en manos de los hombres
en su camino sin fin hacia la Libertad. La pintura de Ceballos no constituye una
excepción. |